viernes, 8 de octubre de 2010

Parque Nacional Santa Rosa: El legado histórico.



Ver mapa más grande


Con la sola mención de Santa Rosa ya muchos de nosotros los costarricenses ponemos en nuestra mente la imagen de la vieja casona, monumento histórico por derecho propio y uno de los pocos lugares en el país que nos transportan a la mítica Campaña Nacional, nuestra personal guerra de la independencia.



Desde que estamos en la escuela aprendemos que el 20 de marzo de 1856 una avanzada de tropas costarricenses al mando de José Joaquín Mora derrotó a las fuerzas filibusteras que ocupaban la Hacienda Santa Rosa. Desde entonces el edificio es un ícono de la historia nacional y se ha convertido en una suerte de sitio de peregrinación cultural con profundas implicaciones dentro de la identidad costarricense.

Sin embargo, y de forma bastante paradójica, la inmensa mayoría de ticos ignoran el papel que ha tenido este lugar en otras etapas temporales. Resulta que su estratégica ubicación al norte y al centro de la provincia de Guanacaste ha convertido a la casona en una suerte de castillo, legítima puerta de acceso al país que la ha convertido ya en escenario de varias batallas y escaramuzas. Desde el pequeño cerro que se levanta en la parte de atrás de la estructura principal es posible divisar una extensa región y una oculta red de pasos y senderos comunica el lugar con los otros puntos importantes de la frontera norte y la cercana costa pacífica.

A lo lejos se divisa el Aeropuerto Daniel Oduber, cerca de Liberia.


Los corrales de piedra, testigos de todos los balazos.





Primero que nada hay que recordar que Santa Rosa es un magnífico ejemplo de la hacienda ganadera, una institución que data de la colonia y que puede interpretarse a través de la gran cantidad de utensilios y herramientas diversas que aún alcanzan a conservarse entre las paredes de los edificios. Servía como punto neural de una inacabable extensión de tierra que contenía vastos hatos de ganado vacuno del cual se aprovechaba su carne, su sebo y su piel. Precisamente sus corrales de piedra son la única estructura original que se mantiene, de trescientos o cuatrocientos años de antigüedad, mientras que la casona en sí ha pasado ya por varias reconstrucciones a lo largo de los siglos. La última de ellas vino enmarcada en la tragedia de un incendio provocado por cazadores furtivos en el 2001.








En algunas partes se ha conservado material chamuscado, pero funcional.


La segunda Santa Rosa es la casona que sirvió de escenario a la batalla de 1856, texto obligatorio para todos los ticos. Convertida en museo con este fin, el resultado apenas agradece a las buenas intenciones. Hay poco material de la época (se perdieron muchas cosas en el incendio) y lo que hay apenas pasa por cachivaches anecdóticos. Realmente el visitante tiene que poner bastante de su parte para poder comprender la naturaleza del hecho a pesar del buen trabajo de los guías locales que gustosamente están dispuestos a compartir el lugar con los visitantes.





Pero claro, cualquier turista que llegue al lugar puede presenciar que casi todas las placas y monumentos del lugar recuerdan los hechos de 1955 (y no los de un siglo antes). En ese año una fuerza armada de opositores al gobierno de José Figueres Ferrer quiso devolver el favor que este les había hecho en 1948, pero pese a tener la ventaja inicial no fueron capaces de sobreponerse a las tropas de voluntarios gobiernistas que usaban Santa Rosa como cuartel de avanzada. El mito de Santa Rosa como punto de defensa infranqueable se afianzó de forma definitiva.




No he querido referirme a los detalles de estas batallas, sino más bien al papel actual de Santa Rosa como museo y patrimonio histórico. El edificio cumple muy bien su función como elemento representativo de la hacienda ganadera, con sus salones cuidadosamente reconstruidos y su arquitectura reflejando a la original. La parte que recuerda a la batalla de 1856 solamente dispone de una exposición básica y sencilla que sirve para poner a los visitantes al tanto de la misma, pero carece de mayor parafernalia. Por todas partes se levantan placas recordando los hechos de 1955, donados en su mayor parte por los orgullosos participantes de la gesta pero que lamentablemente carecen del cualquier contexto que permitan explicar que fue lo que pasó y porqué es tan importante el lugar dentro de esa memoria. Ni siquiera los mismos guías pueden informar mayor cosa sobre el asunto pues a nivel nacional inclusive, los acontecimientos de ese año son desconocidos.

Y ni siquiera voy a hablar acá de otra balacera importante ocurrida en 1919, cuando tropas del entonces dictador Federico Tinoco vencieron a sus opositores que una vez más intentaban la invasión desde el norte. De esa no hay el menor rastro en la casona.

El poco material que se conservaba de 1955 se perdió en el incendio, según me contaron. Por ahí, en un rincón olvidado yacen los restos de un carro blindado que a su debido momento fue testigo de los combates. Pero su estado es terrible, y la falta de información es tal que se le identifica como uno de los vehículos usado por los invasores cuando en realidad pertenecía a los defensores. Para colmo de males, un hermoso monumento que se levantaba en el cerro cercano tiene grandes daños estructurales y ha sido cerrado al público hasta nuevo aviso.



Para los que se preguntan, se trata de un M3A1 Scout . Estados Unidos regaló unos cuantos durante la Segunda Guerra Mundial. Los invasores usaron un par de Vickers Universal Carriers cuyos restos están botados en alguna parte de Costa Rica.


Santa Rosa sigue siendo uno de los lugares más emblemáticos de Costa Rica. El esfuerzo hecho en su reconstrucción es más que meritorio, pero desde el punto de vista patrimonial aún le falta un poco a su misión difusora, más enfocada en la Campaña Nacional de 1856 que en los otros sucesos a los que se puede ligar el ancestral edificio. Ahora que el Parque Nacional ha tomado un protagonismo propio y de primer nivel, ojalá y no se pierda ese norte que siempre ha acompañado a la hacienda, uno donde la historia vive en medio de esos muros de piedra



Y si quieren saber, los puntos negros son murciélagos.




¿Cómo llegué hasta allá?
Bueno, esta vez fui en una gira de la UNA. Pero la entrada al Parque queda a medio camino entre Liberia y La Cruz, y luego unos cinco kilómetros por camino asfaltado hasta la casona. En el lugar hay zona de acampar y unas cabinas disponibles para los visitantes, pero hay que reservar. El camino hasta la playa es sólo para vehículos de doble tracción. Más información aquí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario