lunes, 11 de octubre de 2010

Parque Nacional Santa Rosa: El Patrimonio Natural.


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La primera vez que visité Santa Rosa se trató de una visita fugaz la cual (tal y como ocurre con la mayoría de los visitantes) se centró casi exclusivamente en la herencia histórica de los edificios de la casona. Ya en una segunda ocasión en la que pude quedarme hasta el día siguiente mis planes, nuevamente enfocados en el escenario de tantas batallas, rápidamente se vieron transformados ante la visión de la verdadera riqueza del Área de Conservación Guanacaste: su extraordinaria y exuberante naturaleza.

Este santuario se ha convertido en un laboratorio donde investigadores de todo el mundo sacan provecho de las extraordinarias condiciones existentes: la restauración del segundo mayor bosque seco del mundo. Y no es cuento, hasta ahora no había visitado un sitio con tanta facilidad para apreciar toda esa flora y fauna (¡Esa esquiva fauna!). Ni siquiera tenía que irme del complejo de edificios y de hecho hay que tener cuidado al manejar en el sitio porque los bichitos están por todas partes.

Algunas de las tierras geológicamente más antiguas de Costa Rica pueden apreciarse en este lugar.

Los útiles cortafuegos. Los incendios son el principal enemigo del bosque seco.


Lo primero que hay que aclarar es lo diferente que es el lugar a esa imagen tradicional que tenemos de Guanacaste, de extensos pastizales tendiendo al marchito. Tras muchas décadas de conservación el genuino verde de selvas espesas se mezcla con diferencias de pocos kilómetros con bosques menos ambiciosos y otras zonas donde la mano del hombre es notoria, aunque incluso en esos casos se trata de una obra planificada, como es el caso de los cortafuegos que rodean la zona administrativa del Parque.


Senderos aquí y allá invitan al visitante a conocer lugares como el Cañón del Tigre, o sitios a la vera de ríos cuyo cauce es tan breve que se convierten en una sucesión de estanques “apenas para la foto”.





Desde los murciélagos que infestan la casona hasta la infaltable Bambie con su mamá, reptiles que se creen los reyes del lugar, gavilanes que ignoran olímpicamente a aquellos que la fotografían casi a quemarropa o guatusas que apenas es que no entran a las habitaciones a robarse la comida… No es de extrañar que los cazadores furtivos estén tan molestos con las autoridades y estén dispuestos a destruir los lugares sagrados de la cultura nacional. Pero si me preguntan a mí, ese es un riesgo que vale la pena asumir.






Guanacaste significa precisamente "arbol de oreja", o algo así. Es por la forma de sus vainas de semillas.







Con tanto visitante no pueden dormir tranquilos.



Las guatusas abundan por el área de la cocina.



El trasero de Bambie, y su fotogénica madre.


La cobertura boscosa es tan grande, que a varios kilómetros de distancia sólo pude divisar la Roca Bruja a través de los árboles, no pude encontrar un lugar apropiado para la fotografía.


viernes, 8 de octubre de 2010

Parque Nacional Santa Rosa: El legado histórico.



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Con la sola mención de Santa Rosa ya muchos de nosotros los costarricenses ponemos en nuestra mente la imagen de la vieja casona, monumento histórico por derecho propio y uno de los pocos lugares en el país que nos transportan a la mítica Campaña Nacional, nuestra personal guerra de la independencia.



Desde que estamos en la escuela aprendemos que el 20 de marzo de 1856 una avanzada de tropas costarricenses al mando de José Joaquín Mora derrotó a las fuerzas filibusteras que ocupaban la Hacienda Santa Rosa. Desde entonces el edificio es un ícono de la historia nacional y se ha convertido en una suerte de sitio de peregrinación cultural con profundas implicaciones dentro de la identidad costarricense.

Sin embargo, y de forma bastante paradójica, la inmensa mayoría de ticos ignoran el papel que ha tenido este lugar en otras etapas temporales. Resulta que su estratégica ubicación al norte y al centro de la provincia de Guanacaste ha convertido a la casona en una suerte de castillo, legítima puerta de acceso al país que la ha convertido ya en escenario de varias batallas y escaramuzas. Desde el pequeño cerro que se levanta en la parte de atrás de la estructura principal es posible divisar una extensa región y una oculta red de pasos y senderos comunica el lugar con los otros puntos importantes de la frontera norte y la cercana costa pacífica.

A lo lejos se divisa el Aeropuerto Daniel Oduber, cerca de Liberia.


Los corrales de piedra, testigos de todos los balazos.





Primero que nada hay que recordar que Santa Rosa es un magnífico ejemplo de la hacienda ganadera, una institución que data de la colonia y que puede interpretarse a través de la gran cantidad de utensilios y herramientas diversas que aún alcanzan a conservarse entre las paredes de los edificios. Servía como punto neural de una inacabable extensión de tierra que contenía vastos hatos de ganado vacuno del cual se aprovechaba su carne, su sebo y su piel. Precisamente sus corrales de piedra son la única estructura original que se mantiene, de trescientos o cuatrocientos años de antigüedad, mientras que la casona en sí ha pasado ya por varias reconstrucciones a lo largo de los siglos. La última de ellas vino enmarcada en la tragedia de un incendio provocado por cazadores furtivos en el 2001.








En algunas partes se ha conservado material chamuscado, pero funcional.


La segunda Santa Rosa es la casona que sirvió de escenario a la batalla de 1856, texto obligatorio para todos los ticos. Convertida en museo con este fin, el resultado apenas agradece a las buenas intenciones. Hay poco material de la época (se perdieron muchas cosas en el incendio) y lo que hay apenas pasa por cachivaches anecdóticos. Realmente el visitante tiene que poner bastante de su parte para poder comprender la naturaleza del hecho a pesar del buen trabajo de los guías locales que gustosamente están dispuestos a compartir el lugar con los visitantes.





Pero claro, cualquier turista que llegue al lugar puede presenciar que casi todas las placas y monumentos del lugar recuerdan los hechos de 1955 (y no los de un siglo antes). En ese año una fuerza armada de opositores al gobierno de José Figueres Ferrer quiso devolver el favor que este les había hecho en 1948, pero pese a tener la ventaja inicial no fueron capaces de sobreponerse a las tropas de voluntarios gobiernistas que usaban Santa Rosa como cuartel de avanzada. El mito de Santa Rosa como punto de defensa infranqueable se afianzó de forma definitiva.




No he querido referirme a los detalles de estas batallas, sino más bien al papel actual de Santa Rosa como museo y patrimonio histórico. El edificio cumple muy bien su función como elemento representativo de la hacienda ganadera, con sus salones cuidadosamente reconstruidos y su arquitectura reflejando a la original. La parte que recuerda a la batalla de 1856 solamente dispone de una exposición básica y sencilla que sirve para poner a los visitantes al tanto de la misma, pero carece de mayor parafernalia. Por todas partes se levantan placas recordando los hechos de 1955, donados en su mayor parte por los orgullosos participantes de la gesta pero que lamentablemente carecen del cualquier contexto que permitan explicar que fue lo que pasó y porqué es tan importante el lugar dentro de esa memoria. Ni siquiera los mismos guías pueden informar mayor cosa sobre el asunto pues a nivel nacional inclusive, los acontecimientos de ese año son desconocidos.

Y ni siquiera voy a hablar acá de otra balacera importante ocurrida en 1919, cuando tropas del entonces dictador Federico Tinoco vencieron a sus opositores que una vez más intentaban la invasión desde el norte. De esa no hay el menor rastro en la casona.

El poco material que se conservaba de 1955 se perdió en el incendio, según me contaron. Por ahí, en un rincón olvidado yacen los restos de un carro blindado que a su debido momento fue testigo de los combates. Pero su estado es terrible, y la falta de información es tal que se le identifica como uno de los vehículos usado por los invasores cuando en realidad pertenecía a los defensores. Para colmo de males, un hermoso monumento que se levantaba en el cerro cercano tiene grandes daños estructurales y ha sido cerrado al público hasta nuevo aviso.



Para los que se preguntan, se trata de un M3A1 Scout . Estados Unidos regaló unos cuantos durante la Segunda Guerra Mundial. Los invasores usaron un par de Vickers Universal Carriers cuyos restos están botados en alguna parte de Costa Rica.


Santa Rosa sigue siendo uno de los lugares más emblemáticos de Costa Rica. El esfuerzo hecho en su reconstrucción es más que meritorio, pero desde el punto de vista patrimonial aún le falta un poco a su misión difusora, más enfocada en la Campaña Nacional de 1856 que en los otros sucesos a los que se puede ligar el ancestral edificio. Ahora que el Parque Nacional ha tomado un protagonismo propio y de primer nivel, ojalá y no se pierda ese norte que siempre ha acompañado a la hacienda, uno donde la historia vive en medio de esos muros de piedra



Y si quieren saber, los puntos negros son murciélagos.




¿Cómo llegué hasta allá?
Bueno, esta vez fui en una gira de la UNA. Pero la entrada al Parque queda a medio camino entre Liberia y La Cruz, y luego unos cinco kilómetros por camino asfaltado hasta la casona. En el lugar hay zona de acampar y unas cabinas disponibles para los visitantes, pero hay que reservar. El camino hasta la playa es sólo para vehículos de doble tracción. Más información aquí.


lunes, 4 de octubre de 2010

El Antiguo Camino de Carrillo.




Si hay algún proyecto que he tenido que demorar más de la cuenta ese tiene que ser mis ganas de conocer la vieja ruta que llevaba al ahora desaparecido pueblo de Carrillo. Entre 1882 y 1890 fue la ruta comercial más importante del país y comunicaba San José con el mencionado poblado y desde ese lugar la recién construida línea del ferrocarril llevaba hasta la costa atlántica en Limón. En Carrillo funcionaba la aduana nacional, que dicho sea de paso es el único vestigio de ese sitio que aún permanece pues a fines del siglo XIX la estructura fue desmontada y trasladada a San José donde se le puede apreciar en las instalaciones del Centro para las Artes y la Tecnología La Aduana.
Nunca fue una ruta del agrado de todos, el viaje en carreta hacia la capital era sumamente pesado pues el camino atravesaba las montañas usando fuertes pendientes y cruzando pasos de ríos verdaderamente peligrosos. Por este motivo cuando en 1890 se inauguró la ruta directa del ferrocarril a través de Cartago y Turrialba, el camino de Carrillo se abandonó para siempre. Incluso en los noticieros se refieren a este camino como “colonial”, pero en realidad no es tan antiguo.
Milagrosamente un fragmento de la ruta se ha conservado lo suficiente como para poder apreciar la obra de ingeniería original, consistente en un empedrado de construcción laboriosa. Aun así el estado de conservación no es óptimo, por no decir que corre peligro de desaparecer. El camino inicia muy cerca de San Jerónimo de Moravia, aunque los primeros kilómetros están sepultados bajo una capa asfáltica. Este pasaje es bastante frecuentado pues el paisaje que ofrece es sumamente agradable, lo que invita al paseo dominical con toda la familia. Automóviles, motocicletas, cuadraciclos, bicicletas… todos los medios imaginables se dan cita en el lugar amén de corredores y otros turistas menos agitados.
De pronto el asfalto termina y el trazado original, sumamente desgastado aparece. Lamentablemente en todo el recorrido sólo una pequeña parte de menos de 20 metros está completamente entera: Se pueden ver tres líneas centrales que marcan la carretera, separadas seis metros entre sí haciendo espacio para dos carretas simultáneamente. Una serie de líneas empedradas transversales a tractos irregulares conforman una cuadrícula que luego es rellenada con piedras más pequeñas. Sin duda un trabajo imponente para la época.




El paisaje de fincas y potreros continúa, pero no muy lejos podemos divisar un creciente bosque que va adquiriendo dimensiones colosales: la ruta se interna en lo que actualmente es el Parque Nacional Braulio Carrillo y sus linderos conforman una impactante frontera en el paisaje. Antes que el trayecto acabe entraremos a un bosque de galería que es sólo el preludio de la selva tropical que vive unos pocos kilómetros más adelante.





Un portón señala la entrada al Parque y el fin de la carretera de libre acceso. A partir de este sitio (El alto de la Palma) da comienzo el descenso marcado hasta el Bajo de la Hondura, un par de kilómetros más adelante. La ruta se angosta considerablemente, y el trazado original (que aquí disminuye a un solo carril) casi desaparece entre deslizamientos y los maltratos del clima. Con mal tiempo el trayecto puede volverse peligroso.







La tradición demanda una curiosa peregrinación al Bajo, donde se ubica una singular capilla donde una vez al año se celebra misa, es en esta ocasión cuando es permitido el acceso a los visitantes. La capilla se ubica donde una vez estuvo uno de los lugares de descanso hace 130 años, y en lugar pasó la noche el obispo Thiel cuando fue desterrado en 1884. Ya de por sí el trayecto difícil daba de que hablar, con historias de apariciones y sustos, pero se supone que la maldición del obispo fue la gota que derramó el vaso. Al cercano paso sobre el río Hondura se le conoció como “La boca del infierno” y de ahí surgió la tradición posterior de celebrar misa en el lugar para mantener a raya a las fuerzas de la oscuridad. Contrario a la opinión popular, la capilla es bastante reciente, de los años cincuenta aunque sufre mucho daño del medio ambiente. A mi visita se encontraba claramente dañada.





La recompensa de arqueólogo industrial vino un poco más allá de la capilla, cuando en medio de la selva aparecieron los restos de un par de camiones abandonados, a ojos vistas, hace muchas décadas. Ya tendré que averiguar luego cómo y cuando llegaron hasta el sitio. (Editado: se trata de un par de ambulancias que datand e la construcción de la cercana ruta 32 y quedaron atrás) Mi visita terminó ahí, pues a partir de entonces sería un suicidio tratar de continuar. Pero los lugareños en San Jerónimo aseguran que ocultos en lo profundo de la selva aún permanecen los puentes, los postes que sostenían el cableado telegráfico y otros remanentes de una de las rutas comerciales más activas e importantes del siglo XIX.

Pero finalmente se llega al fin del camino. Adelante permanecen los misterios de la Boca del Infierno y los restos inexplorados de la ruta. En cuanto a la población de Carrillo, sus restos permanecieron hasta hace unos 50 años en que una serie de cabezas de agua lo destruyeron definitivamente.


¿Cómo llegué hasta ahí?
Los buses a San Jerónimo de Moravia se toman 100 metros oeste y 50 norte del Parque Morazán, en San José. Al llegar a la iglesia hay que seguir 400 metros al norte hasta una bifurcación y tomar el camino de la derecha durante 4 kilómetros. No cuesta nada preguntar a cualquier parroquiano del lugar, son gente muy amables y sin duda aparecerá alguien que lo ponga al tanto de la historia del camino, como me pasó a mí.

Otro enlace:
Gran artículo de Don Luko Hilje publicado en el diario digital el País:
Por el Bajo de la Hondura