viernes, 11 de septiembre de 2009

Puente Ferroviario sobre el Rio Birris.


Sin duda una de las “expediciones” más satisfactorias que he tenido ocurrió cuando finalmente me decidí a buscar el relativamente famoso puente ferroviario sobre el Rio Birrís. La primera visión de este puente la tuve al ver en un programa una curiosa estampilla datada en 1900 con la imagen de la estructura. Luego, buscando en internet encontré la información en el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes que señala su condición de patrimonio histórico de Costa Rica, pero sin foto. Finalmente encontré un par de imágenes que realmente no se a quien pertenecen pero que me motivaron a tratar de localizar personalmente el curioso puente.

El ferrocarril al Atlántico fue inaugurado en diciembre de 1890 y no hace falta decir la enorme importancia que tuvo para el desarrollo y conformación de la zona caribeña. De la mano de las poderosas trasnacionales bananeras la historia del ferrocarril al Atlántico merece unos cuantos libros en exclusiva, por lo que para nuestros propósitos sólo indicaré que el tramo que va desde Cartago y hasta más allá de Turrialba fue abandonado hace un par de décadas.

El paso por el Río Birrís se encuentra ubicado a un par de kilómetros del poblado de Santiago, en el cantón de Paraíso y muy cerca de la ciudad de Cartago. Llegar hasta ahí es muy sencillo y la gente del lugar es bastante amable y colaboradora. Luego la presencia del Proyecto Hidroeléctrico Birrís se encargó de hacer el acceso hasta la misma estructura bastante sencillo en términos logísticos, porque se tratan de 3 kilómetros de camino de lastre con una pendiente demoledora.

En mi caso, una vez en el sitio ubiqué la vía del tren y traté de seguirla, en parte para cortar camino, en parte para ver que me encontraba. Aunque al principio me funcionó el plan, rápidamente se deterioró la ruta hasta desaparecer entre los escombros y la vegetación. Pero gracias a la economía agro exportadora un vecino cafetal me permitió continuar lo suficiente como para llegar al enorme puente.




Cabe señalar que toda la zona está cubierta de una capa de roca basáltica producto de una antiquísima colada de lava procedente del coloso del Irazú, por lo que las enormes rocas que tapizan el paisaje funcionaron como materia prima esencial para la construcción de los aún más impresionantes terraplenes por los cuales la línea atravesaba las laderas del lugar, así como las bases del puente. Aún pueden encontrarse rastros del trabajo centenario realizado por aquí y por allá.


Propiamente llegar al puente es, desde luego, la mejor parte. La selva comienza a reclamarlo, y ya los durmientes más cercanos a la orilla han desaparecido. Es imposible llegar al mismo siguiendo la ruta original, pero el sitio ha ganado sin duda un aspecto de ruina que le da un atractivo inusual. Pude encontrar la placa que da fe que la obra se terminó en 1889, uno de los últimos proyectos de todo el trayecto. (Editado: el Puente se construyó en Inglaterra en 1889, y se trasladó a Limón donde se ensambló en cuatro partes que luego se unieron en el cañón en setiembre de 1890. Fue el último tramo que se completó para inaugurar el ferrocarril hasta el Atlántico).



La estructura de acero está completamente intacta, y es posible observar la doble vía que hay en su interior. He visto este arreglo en el Puente Negro del Río Virilla, así que supongo (sin saber nada de ingeniería de ferrocarriles) que se trata de una medida de seguridad adicional ante un posible descarrilamiento. Pero los durmientes parecen estar sueltos, y existen espacios de más de un metro entre ellos lo que hace muy peligroso el intentar cruzarlo (en caso de que alguno por ahí tuviese la traviesa idea de intentarlo). Hasta donde pude averiguar nunca hubo ningún accidente ferroviario en ese sitio.








El puente tiene 220 metros de largo y 80 metros de altura sobre el rio.


Examinado las bases de una de las torres me queda claro la excelencia en la construcción, no tienen el menor daño pese al abandono. Sin embargo no pude llegar a las torres más grandes y que se encuentran ubicadas directamente en medio de la selva.


Alcancé a oir algunas historias interesantes sobre el puente, como que fue construido con los sobrantes de la Torre Eiffel (desde luego un dato falso) o que ningún maquinista se atrevía a cruzarlo luego de construido hasta que el mismo Minor Keith se montó en la locomotora con una bandera de los Estados Unidos y forzó el histórico momento (algo asi, pero no llevaba bandera).

Mucha gente del lugar mira diariamente el puente, pero al ser ya parte del paisaje circundante ha perdido un poco la dimensión que comprende su construcción y la de la vía férrea en una época en que el la construcción de un ferrocarril hasta la costa caribeña era una prioridad sin igual para el estado costarricense.


Para saber mas:

viernes, 4 de septiembre de 2009

El puente sobre el Rio Sixaola.

Durante una gira realizada en la clase de Geografía Histórica el grupo pasó por una emblemática estructura que justo acababa de cumplir 101 años de construida: el puente ferroviario que sirve de límites entre Costa Rica y Panamá sobre el Río Sixaola en la comunidad del mismo nombre.

Ubicado 100 kilómetros al sur de Puerto Limón la localidad de Sixaola es un mero paso fronterizo en medio de extensas fincas bananeras tanto del lado costarricense como del panameño. Eso sí, la mayor actividad comercial en la cercana Changuinola (a 20 kilómetros de la frontera en el lado panameño) y el auge turístico de la Bahia del Almirante prometen convertir a esta ruta en una de mayor trascendencia.

Hace ya 20 años que las bananeras no dan mantenimiento al magnífico pero deteriorado puente, utilizado a diario por toda clase de vehículos y camiones pesados así como por cientos de personas. Existen planes para construir uno nuevo, pero los detalles no los manejo con claridad (se supone que los trabajos preliminares empezarían en el 2008).

El paseíto por los 285 metros de pasarelas carcomidas y tablones sueltos tiene su encanto. El puente fue construido en 1908 y gracias a Dios entonces hacían las cosas con mucho amor, pues uno no se explica cómo continua en pie.




Llama la atención en el lado panameño una cerca metálica construida para evitar las temibles crecidas del Río Sixaola y que se supone ha tenido éxito en su cometido.

Lo extraño es como puede ser esto posible pues como vemos ya de cerca su estado es tan lamentable como el mismo puente.

30 kilómetros antes del cruce fronterizo se encuentra la pequeña ciudad de Bribrí, que cuenta con todos los servicios necesarios en caso de querer abastecerse adecuadamente antes de pasar al lado panameño, donde existe una buena alternativa de compras y sitios turísticos.


Mas informacion:

Ruta Limon - Sixaola.

Noticias sobre el avance del nuevo puente.

Ecomuseo de las Minas de Abangares.

Tan sólo a 5 kilómetros de Las Juntas de Abangares se encuentra ubicado este interesante proyecto en donde la comunidad se ha organizado para preservar y promover su identidad como pueblo minero, con la figura del coligallero (minero artesanal) como protagonista de algunas de las páginas más influyentes de la historia nacional.

En efecto tenemos que durante fines del siglo XIX e inicios del XX la actividad minera de la extracción del oro supuso un inusitado auge para la zona y una actividad bastante poco usual con relación al resto del país.

En general por todo el cantón podemos encontrar murales que representan la época en cuestión, y en este sitio podemos observar algunas representaciones de tiempos mejores para la industria minera, como el gran edificio de Los Mazos, estructura que albergaba la maquinaria de procesamiento de toneladas de material extraído de las minas y transportado en pequeñas locomotoras.

Situado en una zona de exuberante vegetación nuestra visita inicia con el pequeño edificio que sirve de contenedor de tesoros arqueo industriales, afanosamente protegidos por la comunidad local en la actualidad pero que sin duda bastante malparados ante el embate del largo tiempo en que estuvieron abandonados en la intemperie.

Los estantes guardan mil cachivaches algunos de ellos curiosos e interesantes, pero lamentablemente la mayoría en pésimo estado.

Una maqueta nos ubica espacialmente para la inminente caminata: el museo sería el pequeño edificio de la parte inferior, subiendo la montaña entre la densa selva llegaremos a los cimientos de Los Mazos y tras subir la colina seguiremos el sendero que recorría el pequeño ferrocarril hasta llegar a las minas propiamente dichas.

Pero antes de esto me llamó la atención encontrar una munición de 40mm y una granada de mortero entre los estantes. El guía sólo atinó a decir un “nunca los había visto antes” así que la pregunta queda: Cómo rayos llegaron semejantes cosas hasta el lugar?

El estado del pequeño edificio y de su colección quedaría patente con las siguientes imágenes, de esas que dicen más que mil palabras.


Luego de media hora de caminar por la cuesta más desgraciada de Guanacaste de repente aparece ante nosotros la estructura de piedra construida por italianos que soportaba la inmensa maquinaria de Los Mazos: como su nombre lo indica se trataba de pilotes de metal que trituraban docenas de toneladas de rocas cada día. Pese a que se conserva únicamente su base, esta alcanza a elevarse 8 niveles por la ladera de la montaña. El efecto es sobrecogedor, y fácilmente pasaremos la siguiente hora explorando la gigantesca mole.




En la parte superior (que corresponde a lo visto en la pintura) se daba la mayor actividad minera. A partir de 1880 el frenesí por el oro se volvió incontrolable y desde 1904 la Abangares Gold Fields propiedad del poderoso Minor Keith (constructor del ferrocarril al Atlántico y pionero de los enclaves bananeros en nuestro país) masificó la industria que llegó a tener hasta 3000 trabajadores en un poblado ahora desaparecido en este mismo sitio. La bonanza generó su propia legenda, y parte de este mito se mantiene en la imagen de los Coligalleros.


La actividad minera posee bastante más importancia para el país de lo que se supone, pues en el siglo XIX fue uno de los orígenes del capital que financió el inicio de la producción cafetalera e incluso las técnicas artesanales de molienda de rocas fueron trasladadas al beneficiado del café con exitosos resultados.

No podían faltar elementos como el puente al que le faltan bastantes tablas y con otras a medio caer. Ni siquiera es obligatorio pasarlo, pero es parte sustancial del “tour”.

La visita continúa hasta una mina en desuso. La completa obscuridad no exime al visitante de contemplar el armazón que sostiene el techo de la mina, ni los rieles que se adentran su interior. Con todo no se puede dejar de notar el pintoresco derrumbe de una de las paredes.

Cabe indicar que al final habrá que descender lo que subimos, así que es necesario prepararse para una caminata fuerte y larga, tomando las previsiones del caso con respecto al agua y la vestimenta.

Para terminar sirve indicar que la actividad minera continua, y que varias docenas de familias siguen utilizando métodos artesanales para triturar la piedra y extraer el oro. En la actualidad se utiliza el método de la amalgama y me sorprendió sobremanera la forma en que los restos de agua contaminada de mercurio simplemente son desechados en los ríos. La cantidad me parece alarmante, así que aconsejo a los visitantes no bañarse o tomar agua de los mismos.



Parque Nacional Cahuita.

Apenas a 42 kilómetros al sur de Puerto Limón se ubica el pequeño pueblo de Cahuita, famoso por ser el punto de entrada al Parque Nacional del mismo nombre en donde podemos encontrar un importante arrecife coralino que sirve como imponente base de uno de los paisajes más hermosos de Costa Rica.


Desafortunadamente sólo pude pasar una tarde y un breve rato de la siguiente mañana en el sitio, pero he quedado completamente impresionado por el recorrido y definitivamente Cahuita está en la lista de lugares a los que debo regresar. Pese a su renombre como destino turístico lo cierto es que la localidad es bastante pequeña y apenas cuenta con los servicios más básicos, pero posee un aura de tranquilidad que resulta evidente si la comparamos con – por ejemplo – Puerto Viejo, ubicada a pocos kilómetros más al sur.

Existen algunas cabinas que garantizan una estadía decente, en sí el pueblo carece de centros de entretenimiento o grandes hoteles, aunque si hay un par de pequeños supermercados. Su costa está constituida por coral muerto y es golpeada de manera inclemente por un oleaje constante, haciendo del todo imposible cualquier actividad en el mar. Las pocas edificaciones están salpicadas de los colores provenientes de las ventas de souvenirs y de curiosas pinturas y murales que se asoman en ciertas paredes.

No es nada raro encontrar propiedades abandonadas que dan fe de lo difícil que ha sido para los habitantes del lugar la integración con el fenómeno del turismo, es bastante común en la zona caribeña que los propios lugareños estén excluidos del lucrativo negocio y rara vez el dinero se queda en el sitio. Y con todo no puedo dejar de pensar que estas ruinas no hacen otra cosa que impregnar el ambiente con un aire de misterio.

Desde luego el atractivo principal del lugar lo proporciona el Parque Nacional, fundado en 1970. Se trata de una punta de tierra que se extiende un par de kilómetros en el mar y separada del pueblo apenas por un riachuelo. El cambio observado es dramático: una selva impresionante separada de un mar de ensueño por una playa de arena blanca espectacular. Lo doloroso para mí es que jamás pude sospechar de semejante contraste, y así gasté preciosas horas en diligencias inútiles ignorante de que el paraíso estaba a unos pocos pasos.

Tras pasar por la caseta de entrada (la contribución es voluntaria y decidida por el visitante) el primer pensamiento consiste en recorrer los dos kilómetros que nos separan de la punta. Un sendero bien establecido a orillas de la playa hace las cosas bastante fáciles: a salvo del sol podemos adentrarnos en la selva sin perder de vista el mar. Claro que el plan b consiste en hacer el recorrido directamente por la playa hundiéndonos en la arena hasta los tobillos lo cual se siente tan bien a como suena.

Fue toda una lástima que apenas me alcanzara el limitado tiempo del que disponía para llegar hasta la mitad del camino. Dado que la punta es algo estrecha la diversidad de fauna quizás no luzca tan evidente para los visitantes, pero siempre alcancé a tratar con algunos lugareños algo inquietos:

Incluso en un momento dado, entre foto y foto alcancé a mirar al suelo y me di cuenta que caminaba sobre huellas frescas de un animal (quizás un mapache).

Pero la principal amenaza para avanzar hasta donde alcanzara a llegar fue en todo momento la espectacular vista del inmediato mar. Simplemente la tentación de abandonar la faena y tumbarse a disfrutar de semejante paisaje era completa, y estaba a unos pocos pasos de mi ruta.

Pronto apareció otro singular atractivo de Cahuita. De manera dispersa, aquí y allá sobresalían restos de artefactos metálicos diversos: tuberías, láminas enormes de hierro herrumbrado, piletas llenas de burbujeante agua tibia, etc.

Eran los restos de un proyecto que hacia 1921 se dedicó a buscar petróleo en la zona, actividad que se ha repetido intermitentemente durante el siglo XX en la zona caribeña y siempre de manera infructuosa. En aquel entonces la expedición llegó a construir un sitio de desembarque (Puerto Vargas, al otro lado de la punta y que actualmente de puerto sólo tiene el nombre) y algunos pozos de exploración que son el origen de gran cantidad de chatarra desperdigada por la selva, como esta grúa de casi cuatro metros de largo:

Así las cosas llegó el momento de partir. Mi breve visita quizás impidió encontrarle algún defecto al lugar aparte de la frustración de no poder pasar una semana entera deambulando por esa selva y por esa playa. Y encima dicen que bucear por los arrecifes (los cuales ni siquiera llegué a ver) es otra experiencia digna del viaje.