Si hay algún proyecto que he tenido que demorar más de la cuenta ese tiene que ser mis ganas de conocer la vieja ruta que llevaba al ahora desaparecido pueblo de Carrillo. Entre 1882 y 1890 fue la ruta comercial más importante del país y comunicaba San José con el mencionado poblado y desde ese lugar la recién construida línea del ferrocarril llevaba hasta la costa atlántica en Limón. En Carrillo funcionaba la aduana nacional, que dicho sea de paso es el único vestigio de ese sitio que aún permanece pues a fines del siglo XIX la estructura fue desmontada y trasladada a San José donde se le puede apreciar en las instalaciones del Centro para las Artes y la Tecnología La Aduana.
Nunca fue una ruta del agrado de todos, el viaje en carreta hacia la capital era sumamente pesado pues el camino atravesaba las montañas usando fuertes pendientes y cruzando pasos de ríos verdaderamente peligrosos. Por este motivo cuando en 1890 se inauguró la ruta directa del ferrocarril a través de Cartago y Turrialba, el camino de Carrillo se abandonó para siempre. Incluso en los noticieros se refieren a este camino como “colonial”, pero en realidad no es tan antiguo.
Milagrosamente un fragmento de la ruta se ha conservado lo suficiente como para poder apreciar la obra de ingeniería original, consistente en un empedrado de construcción laboriosa. Aun así el estado de conservación no es óptimo, por no decir que corre peligro de desaparecer. El camino inicia muy cerca de San Jerónimo de Moravia, aunque los primeros kilómetros están sepultados bajo una capa asfáltica. Este pasaje es bastante frecuentado pues el paisaje que ofrece es sumamente agradable, lo que invita al paseo dominical con toda la familia. Automóviles, motocicletas, cuadraciclos, bicicletas… todos los medios imaginables se dan cita en el lugar amén de corredores y otros turistas menos agitados.
De pronto el asfalto termina y el trazado original, sumamente desgastado aparece. Lamentablemente en todo el recorrido sólo una pequeña parte de menos de 20 metros está completamente entera: Se pueden ver tres líneas centrales que marcan la carretera, separadas seis metros entre sí haciendo espacio para dos carretas simultáneamente. Una serie de líneas empedradas transversales a tractos irregulares conforman una cuadrícula que luego es rellenada con piedras más pequeñas. Sin duda un trabajo imponente para la época.
El paisaje de fincas y potreros continúa, pero no muy lejos podemos divisar un creciente bosque que va adquiriendo dimensiones colosales: la ruta se interna en lo que actualmente es el Parque Nacional Braulio Carrillo y sus linderos conforman una impactante frontera en el paisaje. Antes que el trayecto acabe entraremos a un bosque de galería que es sólo el preludio de la selva tropical que vive unos pocos kilómetros más adelante.
Un portón señala la entrada al Parque y el fin de la carretera de libre acceso. A partir de este sitio (El alto de la Palma) da comienzo el descenso marcado hasta el Bajo de la Hondura, un par de kilómetros más adelante. La ruta se angosta considerablemente, y el trazado original (que aquí disminuye a un solo carril) casi desaparece entre deslizamientos y los maltratos del clima. Con mal tiempo el trayecto puede volverse peligroso.
La tradición demanda una curiosa peregrinación al Bajo, donde se ubica una singular capilla donde una vez al año se celebra misa, es en esta ocasión cuando es permitido el acceso a los visitantes. La capilla se ubica donde una vez estuvo uno de los lugares de descanso hace 130 años, y en lugar pasó la noche el obispo Thiel cuando fue desterrado en 1884. Ya de por sí el trayecto difícil daba de que hablar, con historias de apariciones y sustos, pero se supone que la maldición del obispo fue la gota que derramó el vaso. Al cercano paso sobre el río Hondura se le conoció como “La boca del infierno” y de ahí surgió la tradición posterior de celebrar misa en el lugar para mantener a raya a las fuerzas de la oscuridad. Contrario a la opinión popular, la capilla es bastante reciente, de los años cincuenta aunque sufre mucho daño del medio ambiente. A mi visita se encontraba claramente dañada.
La recompensa de arqueólogo industrial vino un poco más allá de la capilla, cuando en medio de la selva aparecieron los restos de un par de camiones abandonados, a ojos vistas, hace muchas décadas. Ya tendré que averiguar luego cómo y cuando llegaron hasta el sitio. (Editado: se trata de un par de ambulancias que datand e la construcción de la cercana ruta 32 y quedaron atrás) Mi visita terminó ahí, pues a partir de entonces sería un suicidio tratar de continuar. Pero los lugareños en San Jerónimo aseguran que ocultos en lo profundo de la selva aún permanecen los puentes, los postes que sostenían el cableado telegráfico y otros remanentes de una de las rutas comerciales más activas e importantes del siglo XIX.
Pero finalmente se llega al fin del camino. Adelante permanecen los misterios de la Boca del Infierno y los restos inexplorados de la ruta. En cuanto a la población de Carrillo, sus restos permanecieron hasta hace unos 50 años en que una serie de cabezas de agua lo destruyeron definitivamente.
¿Cómo llegué hasta ahí?
Los buses a San Jerónimo de Moravia se toman 100 metros oeste y 50 norte del Parque Morazán, en San José. Al llegar a la iglesia hay que seguir 400 metros al norte hasta una bifurcación y tomar el camino de la derecha durante 4 kilómetros. No cuesta nada preguntar a cualquier parroquiano del lugar, son gente muy amables y sin duda aparecerá alguien que lo ponga al tanto de la historia del camino, como me pasó a mí.
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